LOS INMIGRANTES ÁRABES
La problemática de la adaptación
El
fenómeno de la primera inmigración
¡Continuidad
y ruptura!
En ningún censo se ve establecida una cifra final relativa a
la cantidad exacta en Argentina de los árabes en general o de los árabes
musulmanes en particular. Ni siquiera las instituciones islámicas pueden sino
conjeturar la cantidad de esos inmigrantes[1], o
lo que es lo mismo, su colectividad. Ello quizás se deba al desfasaje existentes entre los árabes
que inmigraron con anterioridad a la segunda mitad del siglo XIX, los cuales
–ante la falta de instituciones islámicas por un lado y la “voluntad”
de
fundirse en esta sociedad desesperadamente “por conveniencia” dadas las
dificultades que padecieron en su tierra natal como las del momento, sin
ofrecer mucha resistencia a los aires de cambio que respiraban en el nuevo
hogar- significaron una continuidad física y psíquica en relación con los
moriscos y berberiscos que los precedieron. Lograron una relativa estabilidad
social y económica, pero dejaron de lado la religión, “corriendo detrás de
objetivos económicos como una forma de sentir cierta protección. Sus hijos
heredarían sus adquisiciones, no así su condición religiosa islámica,
debilitada ya por los innumerables problemas de subsistencia que padecieron al
llegar”[2].
Los
“segundos árabes” y la tercera generación de los mismos, sin embargo,
experimentaron un proceso de adecuación verosímil, oscilando entre lo
moderadamente religioso y la ausencia total de la religión. Las causas son
varias: por un lado, obstáculos institucionales, leyes argentinas desfavorables
y por el otro casamiento de hijos con argentinas, hijas con argentinos (aspecto
más destorsionador e ilícito islámicamente hablando), alejamiento de las
costumbres y tradiciones, ritos y rituales islámicos en todo lo que concierne a
la vida cotidiana como ya verémos. El mundo árabe se convierte para el nativo
en el hogar paterno que respeta y ama como lo sabe respetar el árabe, pero no
tiene esfuerzo de herencia en su espíritu del cual se borra rápidamente a la
primera generación.
Sobre la base de la unidad física y psíquica, se debe establecer que, en un siglo y medio, la
Argentina ha tenido dos pueblos: el actual y el anterior (español), entroncado
con casi ocho siglos de presencia árabe. La afinidad o similitud entre el árabe
y el criollo es solamente explicable si afirmamos que el árabe haya venido a América
ya con los conquistadores: eran los moriscos, los semitas puros, que militaban
bajo los estandartes castellanos y profesaban la fe cristiana.
A los moros
y moriscos de España no les había quedado sino dos caminos: el de América, como
cristianos, o volver a Africa, la tierra de sus antepasados. Por eso vemos que
la soldadesca española en América no fue nunca ni muy cristiana ni muy
cumplidora con el rey, pues era por un lado el español de estirpe cristiana,
que había perdido sus libertades, y por el otro el musulmán semiconverso que
veía su salvación en lanzarse al Océanos hacia América.
Los mismos habitantes de Andalucía estaban acostumbrados a
la más amplia libertad, espíritu que queda en la sangre del morisco y la trae a
América. Los comuneros cristianos de Aragón emigran también y traen el sistema
de la representación de otros grupos sociales en el gobierno, dando lugar así a
los Cabildos, entidad de que carece España, sumergida en un sistema feudal y
reducida su población a la servidumbre del clero y la nobleza. El sentido de la
libertad local reflejada y practicada en los Cabildos es una simple
continuación del hombre físico y psíquico español y de perfecta adaptación al
medio y al ambiente.
Se observa
que en conjunto, la América hispana colonial presenta un paisaje muy distinto
al de la América inglesa y holandesa. Aquella presenta un aspecto típico
africano, que introduce en la sociedad el aspecto típico del África berberisca
y arábiga, distinta a la sociedad colonial que se introduce en América inglesa
que tiene al esclavo del Pied-Noir
francés o el apartheid.[3]
La mezcla afro-cristiana se evidencia en el
tipo de casa colonial, sobre todo en las zonas cálidas como también el tipo del
sistema de cultivo y la naciente industria.
El mérito
de la integración se debe a la tradicional conciencia de la necesidad de ser
libres, tal como lo demuestran los decretos de “libertad de vientre” y que
desde el 25 de Mayo quedaban abiertas las fronteras ante quien quisiera vivir
aquí.
Sabido es
que en “Civilización y barbarie”
Sarmiento construyó una cierta afinidad entre el supuesto letargo del gaucho y
la igualmente supuesta flema árabe. En la época del treinta, los árabes son
definidos por Estéfano[4]
como “portadores de grandes civilizaciones, sea en Medio Oriente, Europa o en
América Latina”. Ambas líneas, la gauchesco-árabe de Sarmiento y la “morisca”
de Estéfano, confluyen en la acción del
pueblo árabe en la Argentina. La
sabiduría árabe de José Guraieb, la “pequeña
historia árabe” de Elías Konsol, como así también el “descubrimiento de América por los árabes y el Gaucho, su originalidad
arábiga” de Ibrahim Hallar, intentan esclarecer la contribución de las
distintas civilizaciones árabes a la historia universal en general y a la
latinoamericana en particular.
De todos modos, la influencia del árabe en la estructuración
argentina es decisiva: la arrogancia y la hombría del argentino que rechaza la
cobardía considerándola una afrenta (una especie de “ética cultural”). El honor
(típico del Corán), la fidelidad de la mujer, que sólo se paga con sangre y con
la muerte, no son características del indio sino del hispano y del árabe. La
arrogancia criolla que la afirma con las armas en todo momento es árabe; la
rebelión y la resistencia a la autoridad es el árabe de la tribu como así sus
correrías políticas que, al igual que el árabe de la tribu, termina todas ellas
en el saqueo. Parece una paradoja, pero todo esto está en el Corán y es el
morisco que lo trajo a América: el respeto y la igualdad de la mujer, el fanático
sentimiento de hospitalidad, la generosidad con el vencido, el culto al honor
de la familia, la fidelidad a la palabra empeñada, la venganza en las ofensas,
etc., todas ellos sentimientos de argentino que lo distinguirán siempre entre
los demás pueblos americanos. Todas ellas son páginas del Corán practicadas por cristianos”, entendido siempre como código,
libro de moral, de religión, guía del hogar y de la familia[5].
No obstante ello, y sin entrometernos
demasiado en esta cuestión de etnia histórica, nos vamos a dedicar a partir de
ahora a la situación del inmigrante árabe actual en el marco esbozado con
anterioridad, haciendo hincapié en los cambios “exigidos” o “voluntarios” por
parte de los inmigrantes ante el objetivo de integrarse en esta sociedad.
EL FENÓMENO DE LA “SEGUNDA” INMIGRACIÓN:
LA inmigración árabe e islámica a la Argentina data de la
segunda mitad del siglo XIX, proviniendo en su mayoría de la región
mesopotámica (Ash-sham), particularmente de Siria y el Líbano. La mayoría de
los que emigraron procedían de ciudades como Damasco, Beirut, Hama, Homs,
Haifa, Trípoli, Antioquía y otras aldeas que en aquel entonces pertenecían al
Imperio Turco que comprendía entonces también a Líbano, Palestina y
Jordania.
En un principio se limitaba a inmigrantes individuales
empujados por motivaciones económicas o
políticas y conocidos aquí por “los turcos” (ya que llegaban portando
pasaportes y/o documentos de viaje con
el sello del Estado Otomano que poseía la hegemonía sobre la región en esa
época. Con esta denominación fueron asignados por los porteños en 1889, año en
que arribaron casi mil personas, causando alarma entre la población por la baja
calidad de vida que representaban para el país y la “poca utilidad” económica
que pudieran aportar.
Sin embargo, algo de éxito económico tuvieron los pioneros
árabes, razón suficiente para atraer a muchos más jóvenes que, escapando del
yugo de Turquía y la pobreza y las guerras, se lanzaron a la aventura ya en
bandadas y grandes grupos, en especial a principios del siglo actual y hasta
poco antes de la primera guerra mundial.
Los inmigrantes comenzaron a llegar y se esparcían en el país
de acuerdo al lugar de residencia del familiar que les haya invitado y con el
deseo de que éste le ayudara y le encaminara en su nuevo destino.
En 1895 había en Buenos
Aires solamente alrededor de 205 inmigrantes que formaban una pequeña
colectividad, que en la totalidad del País alcanzaban 876 personas. En 1910
había en Buenos Aires 3.982 personas “turcas”, alcanzando entonces en la
totalidad del país unos 60.000 personas. Cada colectividad árabe tomaba el
nombre de la aldea o región original de la que procedía, hecho que daría lugar
años más tarde a la fundación de las actuales Sociedades, Asociaciones y Clubes
árabes como son: Homs Club, modificado a “Club Sirio” hace unos años, haciendo
referencia a la ciudad siria de Homs de la cual son oriundos los mismos
fundadores. Otra es la Asociación Yabrudense, en referencia a la ciudad siria
de Yabrud de la cual son oriundos los fundadores mismos. La Asociación
Akarense, que hace referencia a la región libanesa de Akar, fundada por los
oriundos de esta ciudad. Por último, la Asociación Kalaat Jandal, que hace
referencia a la ciudad siria del mismo nombre y que también fundaron los
inmigrantes sirios oriundos de la misma. Cabe mencionar que esas Asociaciones
no solían constituirse sobre la base de la religión o la secta salvo en los
casos en que el grupo inmigrante haya procedido de una región que en su tierra
natal perteneciera a tal o cual secta.
PROCESOS DE ADAPTACIÓN
Transformaciones exigidas y transformaciones
voluntarias
¿Cuales son los factores que coadyuvarían a la adaptación
“exigida” en ocasiones y “voluntaria” o por “conveniencia” en otras?. Para
responder a este interrogante se debería tener en cuenta que la unidad de
análisis es limita en particular a la tercera generación de inmigrantes árabes
dado el tipo de problemática de este análisis.
En el caso de la adaptación “exigida”, los inmigrantes se
vieron forzados a modelar sus conductas
religiosas (ciertos hábitos) porque la sociedad argentina y/o sus leyes se lo
exigían, en el segundo, voluntariamente vieron necesario desprenderse de
ataduras religiosas en procura de una mejor adaptación laboral por necesidad, u
otras motivaciones. En este segundo caso, el cambio se hace más notorio en la
segunda generación de inmigrantes y/o en
aquellos casos en que el inmigrante árabe se casa con una argentina (no
musulmana).
Los hijos de los primeros inmigrantes, que se quedan en el
país luego de la muerte de sus progenitores, poseen menos conocimiento sobre su
religión islámica, faltos de instructores y ambiente religioso favorable para
tal propósito ya que la mayoría de ellos se casaron con argentinas cristianas
agravándose la situación en este aspecto cuando éstos últimos fueron padres
poco aptos como para trasmitir a sus hijos la tradición religiosa de los
abuelos. Es ésta la situación actual de la tercera generación de árabes
musulmanes en el país.
Otro de los factores agravantes
es el desconocimiento del idioma árabe en las posteriores generaciones, lo cual
jugó un rol decisivo en el distanciamiento del hijo del inmigrante de su
cultura religiosa profundizando aún más la brecha. En ausencia de colegios
árabes religiosos, la interrupción de la inmigración de más árabes a partir del
fin de la segunda guerra mundial jugó otro tanto en detrimento de la cultura
religiosa (en cuanto normas que lo distinguen de los otros). Se cortaron los
lazos entre el viejo y el nuevo inmigrante que pudiera significar una
continuidad y nuevas enseñanzas idiomáticas, religiosas, etc. El hecho se suma
al bajo nivel de educación de los inmigrantes progenitores en general que, al
saber escribir en árabe, no tuvieron éxito en enseñar a sus hijos tal y como se
desprende de las entrevistas a algunos descendientes e hijos de árabes en la
Provincia de Buenos Aires[6]. Tampoco pudieron, por motivos económicos y de
tiempo, dedicarles un profesor particular al menos por largo período. En muchos
de los casos, y por motivos económicos también, no se pudo concretar ningún
viaje al país de origen ni contactarse con primos o tíos abuelos[7]. Consecuencia: Los hijos se independizan
rápidamente de los rituales religiosos y son absorbidos por el ambiente. No se
preocupan por aprender el árabe y es muy raro que el nacido en el país no sepa
escribir y leer en castellano.
En otro aspecto, se
observa que algunos inmigrantes desconocen el origen de sus padres y hasta
perdieron sus apellidos. Ello se debió a dos causas. La primera es la
mencionada falta de contacto con nuevos inmigrantes durante un gran lapso de
tiempo perdiendo de este modo lazos con los parientes en el país de origen.
Segundo, y esto es de índole institucional, muchos de los pioneros inmigrantes
les fue sugerido un cambio de apellido en el momento de pasar por la aduana del
puerto de llegada debido a razones de códigos cristianos o por la dificultad de
pronunciarlo, llegando a tergiversarse –si no cambiarse por completo- el
apellido del árabe recién llegado a la Argentina. Débase sumar este hecho a la
imposibilidad posterior de otorgarle nombre árabe al hijo del inmigrante árabe[8].
La práctica del ritual
sagrado de enterrar al muerto cuanto antes, por cuanto “el muerto se dignifica
enterrándolo” como reza el dicho profético, se vió obstaculizada por el hecho
de que la ley argentina determina 24
horas obligatorios anteriores al entierro como para cerciorarse de la muerte
efectiva. “Y es que entonces existía la muerte por Catalepsia y se temía
enterrar a gente viva”[9]. En aquellos casos de inmigrantes árabes
casados con argentinas, como es el caso de un ex miembro del Centro Islámico,
Sheiq Saíd, la esposa y los hijos no permitieron el lavado islámico previo del
cadáver de Saíd antes del entierro simplemente por razones cristianas. Purificación, sin la cual no se considera
“lícito” el entierro. En otros casos se permitía hacer la última despedida al
difunto con el ataúd abierto y la cara al descubierto mientras la gente pasa alrededor
en una ceremonia que debería durar muchas horas que en el Islam se consideran
“perniciosas” para el alma del musulmán. Las hijas de árabes también siguieron
la costumbre de visitar las tumbas, a pesar de la advertencia de sus propios
padres en contra. Son en general, transgresiones permitidas en el caso de los
hijos de árabes casados con argentinas. Pues, La heterogeneidad del matrimonio
permitió en muchos de estos casos el mestizaje religioso al punto de volverse
más cristianos que árabes. En el caso de las hijas del jeque Salmán[10],
dado este tipo de matrimonios, el entierro del padre fue con ataúd incluido y
en cementerio cristiano en contra de la voluntad del difunto y por el sólo
hecho de tenerlo cerca de ellas.
El rito musulmán exige
sacrificar el animal de consumo para comer en su ritual religioso o cívico
determinado; como no le es posible hacerlo, lo come como los demás y se olvida
(se hace la salvedad en el caso de los árabes musulmanes que lo logran hacer
vía Centros Islámicos o adquiriéndolo de las carnicerías judías que siguen el
mismo ritual “lícito” en cuanto a la forma de degollar el animal
sacrificado).
Los árabes musulmanes representaban una minoría en
el conjunto de los árabes que llegaron a Argentina. El factor de esta minoría
es justamente la religión; el musulmán polígamo no tiene legalmente adaptación,
pues las leyes argentinas no se lo permiten. Además, los hijos de los
matrimonios polígamos no tienen clasificación legal; son simplemente naturales.
Esta circunstancia es la de mayor valor como para limitar y contener a los
musulmanes como corriente inmigratoria.
En general, sin embargo,
los árabes se adaptaron positivamente para la sociedad argentina , en
detrimento de su religión. El árabe vive en el país como en su propia tierra y
hace caso omiso de su religión y de su dogma para vivir la vida del país; los
rituales religiosos son para su vida interna. Vive según el ambiente de su
país.
No es de extrañar –ante
semejante panorama- que se quieran intensificar, desde las naciones árabes
islámicas en coordinación con las Asociaciones Islámicas en este país, los
esfuerzos destinados a “salvar” lo que se pueda salvar de los hijos de
musulmanes inmigrantes. Esta responsabilidad no puede recaer solamente sobre la
colectividad árabe que, dada la difícil situación económica argentina y el
esparcimiento de los árabes a lo largo y a lo ancho del país, no puede por si
sola llevarla a cabo. Esta movilización se tradujo en la urgencia de enviar
misioneros y difusores religiosos a todas las provincias argentinas[11]
con el fin de restablecer los lazos de “esos árabes” con su perdida cultura
religiosa ayudados por asociaciones y mutuales y clubes y ayudarles a recuperar
a sus tradiciones hasta el momento perdidas “antes que sea demasiado tarde”[12].
[1] Actualmente
estiman 500.000 ó 600.000
[2] Oficina de
Cultura y Difusión Islámica Argentina. 1992-1997
[6] Salman, Ali,
Ezpeleta - Partido de Quilmes.
[7] Virginia Teresa
Ali. Quilmes –Bs.As.
[8] Al menos hasta
1983 no se podía dar nombre árabe al hijo nacido aquí fuera de la lista de
nombres determinados por la ley argentina.
[9] Eugenia del
Carmen Salman. Hija de árabes. Pdo. De Quilmes. Pcia. De Bs.As.
[10] Salman Ali.
Quilmes. Pcia. De Bs.As.
[11] la obra,
actualmente en construcción, del nuevo centro cultural islámico en Palermo se
enmarca en este esfuerzo.
[12] Revista Centro
Islámico para la Argentino. 1985